PRIMERA IGLESIA BAUTISTA HISPANA
PHILLIPSBURG, NEW JERSEY

EL LIBRO DE DANIEL (PARTE 9)

 Textos: 2 Timoteo 3:16 y el libro de Daniel.

 Fecha: 09/01/22

 Enfoque: Madurez Cristiana – 09

 Pastor Josias Lima

 

EL LIBRO DE DANIEL (PARTE 9)

Objetivo: Llevar a los creyentes al conocimiento fundamental del libro de Daniel según la palabra de Dios.

Palabras  clave: Pueblo, Jerusalén, profecía, semanas, setenta, siete, días, años, Darío, desolación, oración, perdón, Jeremías, Daniel, cuerno roto, cuerno pequeño, Varón Gabriel.

Versículos clave:

     Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.” Daniel 9.19                                                                                                     

     “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos.”  Daniel 9.24

 

B. INTERCESIÓN DE DANIEL POR ISRAEL – (9:1–27).

Hacia el final de su carrera terrenal vemos a Daniel empeñado en una de las batallas cruciales de su vida. Nos recuerda la declaración de Pablo acerca de la naturaleza de la oración: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12).

  1. Ocasión de la oración de Daniel (9:1–3).

a. Ocasión y lugar de la visión (8:1–2).

Un cambio de gobierno trajo agudamente a la mente de Daniel la convicción de que algún gran cambio providencial debía ser inminente para el remanente de su pueblo en el exilio. El reino de los caldeos había llegado a su fin con la caída de Babilonia (5:30–31). Había sido desplazado por los persas y sus aliados los medos. Si el Darío que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos, era el añoso pariente del persa Ciro, la situación política era, sin embargo, inestable. El equilibrio del poder se estaba desplazando de Media a Persia. Dentro de dos años, Ciro asumiría el poder civil así como la jefatura militar. Pero Daniel veía más allá de la escena secular. Entendió en los libros la palabra del Señor. Daniel estaba muy consciente de cuán fielmente se habían ido cumpliendo las advertencias de Dios a su pueblo. Había vivido los terribles días de calamidad descritos gráficamente en Levítico 26:14–35. La promesa divina de misericordia y restauración basada en el pacto con los padres (Lv. 26:40–45) con la condición exigida del arrepentimiento venía en seguida. Dios estaba aguardando la respuesta de su pueblo. Entonces Daniel dio con la asombrosa referencia profética de Jeremías a una serie de círculos sabáticos que culminaba precisamente en esos días: “Así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a2  este lugar” (Jer. 29:10; cf. 29:11–13; 2 Cr. 36:21). Sabía que el tiempo estaba cerca y veía claramente lo que debía hacer. En la profecía de Jeremías descubrió el designio de Dios para los tiempos en que estaba viviendo.

  1. La oración de confesión de Daniel (9:4–14).

Al entrar Daniel en este crucial ministerio de intercesión hizo lo que todo verdadero intercesor debe hacer. Se identificó con aquellos por quienes estaba intercediendo. Los pecados de su pueblo eran sus pecados. Sus calamidades, las suyas. Su castigo era el suyo, plenamente merecido. No se colocó en un plano superior por encima de su pueblo, juzgándolo desde una posición exaltada. Es cierto que personalmente Daniel no era un idólatra rebelde contra Dios. Pero descendió al valle de la humillación entre su pueblo errante y tomó sobre sí su culpa y su vergüenza.

En el acercamiento de Daniel a Dios, él tenía una clara visión de la naturaleza del carácter del Dios cuyo rostro buscaba. Dios era personal y accesible, pues Daniel se dirige a Él como mi Dios. También era soberano y santo, Dios grande, digno de ser temido. Era fiel, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman.

La confesión de Daniel era más que generalizaciones y lugares comunes. Los cuatro términos hebreos con que describió la maldad de Israel tienen un significado profundo. Hemos pecado significa dar un paso en falso, errar apartándose de lo recto. Hemos cometido iniquidad profundiza más en los motivos; iniquidad implica ser perverso. Hemos hecho impíamente significa hacer lo malo en rebelión contra Dios. La frase siguiente: Hemos sido rebeldes y nos hemos apartado de tus mandamientos, sirve para reforzar este tercer término. Confusión de rostro significa vergüenza o avergonzados.

El pecado de Israel era mucho más grave que algún error superficial. Era una impiedad profundamente arraigada que dominaba las acciones en forma perversa. Había cerrado los oídos y cegado los ojos y endurecido los corazones del rey y el pueblo común, de modo que los esfuerzos de Dios para influir en ellos mediante sus siervos los profetas de nada habían servido. Dios es justo y santo. Los hombres son malos y corruptos. Dios es misericordioso y bondadoso. El pueblo es rebelde y obstinado. Los juicios de Dios son justos. La calamidad de Israel es merecida; es simplemente el exacto cumplimiento del juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios. La maldad de los hombres sirve para acentuar la justicia de Dios.

  1. La oración de súplica de Daniel (9:15–19).

A la luz de la refulgente santidad de Dios, y frente a la cabal impiedad de su pueblo, Daniel no podía hacer otra cosa que abandonarse a la misericordia divina. Cualquier esperanza que Israel pudiera tener de restauración o salvación no podía basarse en méritos propios. Debía ser por gracia o no existiría. Así, pues, aun antes de la era de la gracia, vemos irrumpir sus manifestaciones. Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, 3 apártese ahora tu ira y tu furor… porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro. Luego la importunidad de Daniel rompe todos los límites y rebasa los canales del habla. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira… Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío (18– 19).

  1. La respuesta de Dios (9:20–27).

a. Gabriel, el ángel mensajero (9:20–23).

Como la luz brillante que ilumina el fondo oscuro de una negra nube de tormenta, la respuesta de Dios irrumpió sobre Daniel en medio de su desesperada oración. Uno de los mensajeros angélicos de Dios, cuyas ministraciones ya había experimentado antes Daniel, se llegó rápidamente hasta él. Era Gabriel el mensajero de las revelaciones especiales de Dios.

¡Qué consuelo debe haber colmado el corazón de Daniel cuando oyó las palabras del mensajero divino: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento! Entonces le informó que desde el comienzo de su oración Dios había estado escuchando y respondiendo. Ya estaban en movimiento las ruedas para llevar a su cumplimiento lo que Daniel había estado pidiendo—y más aún. Luego, para culminar el mensaje de consuelo personal le dio un testimonio de confianza de Dios: Tú eres muy amado. Esto nos recuerda el relato de Lucas sobre un Intercesor mayor, en un huerto llamado el Getsemaní, a quien en su agonía “se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle” (Lc. 22:43).

b. La revelación de las setenta semanas (9:24–27).

Aunque parezca extraño, el mensaje de comprensión que Gabriel le trajo a Daniel no parece tener nada que ver con el tema inmediato de la oración de Daniel. Él había estado pensando en la profecía de Jeremías de los 70 años y en el hecho de que el cumplimiento de ese tiempo estaba cercano. Este cumplimiento, de hecho, llegaría pronto en el edicto de Ciro y la libertad de los judíos para retornar a Jerusalén. Pero en el mensaje que le transmitió Gabriel se abre otra puerta de visión profética hacia una perspectiva más amplia de los propósitos de Dios, no solamente para Israel, sino para el mundo entero. Esta dimensión mayor de la revelación tiene que ver con la obra y el reinado del Mesías. Este tema había sido introducido en anteriores visiones y sueños, como el de la gran estatua de Nabucodonosor (2:44–45) y la visión de Daniel de las cuatro bestias (7:13–14). Pero aquí el mensaje procede de otro ángulo y con mayores detalles. Estos están presentados en la profecía de las 70 semanas, que es fundamental para que podamos entender el orden de los eventos finales. A través de las 70 semanas, podemos comprender cómo ocurrirán y cómo repercutirán esos acontecimientos sobre la humanidad.

     Por lo tanto, en el próximo estudio estaremos desarrollando: El Fondo histórico de la profecía; los propósitos de la profecía de las 70 semanas (Daniel 9.24); ¿Qué significa “70 semanas”?; los períodos de las 70 semanas; el paréntesis profético [existente] entre las semanas 69 y 70; y por fin, la interpretación de la profecía de las 70 semanas.

Pastor Josías Lima

Pastor Josías Lima

El Pastor Josias Lima nació en Brasil en 1969. En 2016 se mudó al Estado de Nueva Jersey, EE.UU. con su esposa y sus dos hijos. En abril de 2021, deciden mudarse a la ciudad de Phillipsburg, NJ, con el objetivo de vivir más cerca de la iglesia, en la cual pastorea.

Fue ordenado en una iglesia bautista, en Río de Janeiro, Brasil, en agosto de 1997. Él completó el Bachillerato en Teología y otras carreras. A lo largo de su carrera ministerial, ha actuado como pastor principal y asociado.

Es un cristiano apasionado por los pueblos de habla hispana y por la gracia de Dios, está sirviendo en una iglesia bautista hispana, a personas de diferentes naciones de Hispanoamérica. Está agradecido con Dios por el llamado, por el ministerio, por poder anunciar el evangelio, por ofrecer a otros la oportunidad de aceptar a Jesús como su Salvador y enseñarles a cultivar una relación personal con Dios y con las demás personas.

Lejos de su patria, confía en que servir en esta misión es prioridad, un don que Dios le reservó en la vida nueva, que recibió por medio de Cristo: “…me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8).